El Salar de Atacama se hunde: la denuncia indígena que pone al litio en el banquillo
Las comunidades Lickanantay alzan la voz ante el impacto devastador de la minería del litio en uno de los ecosistemas más valiosos de Chile.
En octubre de 2024, el Consejo de Pueblos Atacameños (CPA), que agrupa a 18 comunidades indígenas, presentó una denuncia formal ante la Superintendencia del Medio Ambiente contra las empresas mineras que operan en el núcleo del Salar de Atacama. La acusación es contundente: el “boom del litio” está hundiendo el corazón del salar.
Un estudio reciente de la Universidad de Chile confirma lo que las comunidades locales venían denunciando desde hace años. Usando imágenes satelitales recopiladas entre 2019 y 2024, los científicos detectaron un hundimiento de hasta dos centímetros por año en la zona donde se encuentran los pozos de extracción de litio, operados por empresas como SQM y Albemarle. Según Joaquín Castillo, uno de los autores de la investigación, esta deformación no es un fenómeno natural, sino una consecuencia directa del agotamiento de las aguas subterráneas debido a la extracción masiva de salmuera.
El problema es más grave de lo que parece. Si el acuífero del salar pierde su capacidad de almacenamiento, como ya está ocurriendo, se reducirá la posibilidad de recargar agua en el futuro, incluso con las lluvias del invierno altiplánico. Esto afectará no solo a las comunidades que dependen de estos recursos, sino también a especies como los flamencos, que encuentran en el salar uno de sus últimos refugios.
Para el pueblo Lickanantay, esta crisis no es solo ambiental, sino espiritual y cultural. Su relación con el agua, conocida como Puri en su lengua ancestral, va más allá del uso material. El agua es vida, es ritual y es memoria. Su cosmovisión ha permitido una convivencia sostenible con el desierto durante siglos, algo que contrasta brutalmente con el modelo extractivista actual.
“Nos prometieron que la minería del litio sería inofensiva, pero ahora vemos cómo nuestra tierra se hunde y nuestra agua desaparece”, dice Sonia Ramos Chocobar, líder indígena y defensora del desierto. Para las comunidades, este proceso no es solo una pérdida ecológica, sino una amenaza existencial.
La denuncia del CPA, ahora en trámite, busca que las autoridades revisen los permisos ambientales otorgados a estas empresas, cuyos modelos de operación parecen no considerar adecuadamente los riesgos asociados al agotamiento hídrico. “Esto no es desarrollo sostenible; esto es un ecocidio en pleno desierto”, señala Sergio Chamorro, abogado del CPA.
Las empresas mineras han respondido con escepticismo. Albemarle, una de las dos compañías que operan en el salar, sostiene que no existe evidencia suficiente para vincular la subsidencia directamente con la extracción de litio. Sin embargo, el estudio de la Universidad de Chile y las investigaciones paralelas del CPA contradicen estas afirmaciones, dejando en evidencia la necesidad de una regulación más estricta y basada en datos científicos.
El Salar de Atacama, que alguna vez fue símbolo de la resiliencia del desierto más árido del mundo, se encuentra ahora en una encrucijada. La pregunta no es solo cómo salvarlo, sino si estamos dispuestos a pagar el precio de su desaparición a cambio de más baterías para el mundo.
En el epicentro del debate global sobre la sostenibilidad, Chile tiene una oportunidad única de liderar con un modelo que realmente equilibre el desarrollo y la preservación. Pero el tiempo corre, y el Salar de Atacama, como dicen las comunidades, “ya está condenado a muerte” si no se actúa con urgencia.
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