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Especial Día de los Muertos POST𐤀 #Patrimonio: Nuestros Andes tienen su propio “Halloween”. 



En el Cementerio General y el Cerro Blanco de la Capital, se conmemora un día de los muertos arraigado en nuestras raíces altiplánicas. Descubrelo y difunde este nada terrorífico artículo de investigación.

El Día de los Muertos en los pueblos del altiplano no es simplemente un rito o una tradición que ocurre durante un día; es una celebración profundamente arraigada en la cultura indígena y en el sincretismo que surgió tras la llegada de los colonizadores españoles. Este evento muestra cómo se superponen dos mundos: por un lado, el antiguo mundo andino con sus creencias y prácticas, y por otro, el catolicismo.


Cuando los españoles llegaron a Bolivia en el siglo XVI, llegaron con la misión de expandir el cristianismo, la lengua y las costumbres europeas. Para imponer su religión, en muchos casos, reemplazaron o modificaron las prácticas indígenas, como lo hicieron con las celebraciones dedicadas a los muertos. En los Andes, las comunidades indígenas ya conmemoraban a sus difuntos, especialmente en épocas que coincidían con los cambios de estación. Este momento específico en Bolivia, a fines de octubre y principios de noviembre, coincide con el Jallu Pacha en la lengua aymara, que marca el inicio de la temporada de lluvias. Esta época es crucial en el altiplano boliviano que, en la zona circunlacustre del Titicaca, donde el clima es predominantemente árido y cada gota de lluvia es vital para la agricultura y la subsistencia.


Antes de la llegada de los españoles, las prácticas andinas para honrar a los muertos estaban profundamente ligadas a la cosmovisión indígena, en la que la muerte no era el fin, sino una transición. Para las culturas aymaras y quechuas, los difuntos seguían presentes y se conectaban con los vivos, se les recordaba y celebraba en actos que buscaban unir el mundo espiritual con el material. Los rituales incluían ofrendas de alimentos, cantos y prácticas que respetaban la memoria de los ancestros. Además, los solsticios y equinoccios eran puntos de gran importancia para los pueblos andinos, ya que marcaban momentos de cambio en la naturaleza y el ciclo agrícola.


Con la colonización, la Iglesia católica comenzó a superponer la festividad de Todos los Santos y el Día de los Muertos, fechas dedicadas a la veneración de los fallecidos, sobre las celebraciones indígenas que ya se realizaban en esos días. En Europa, estas festividades católicas reemplazaron antiguas prácticas "paganizadas" relacionadas con los cambios de estación y el final de las cosechas. En el contexto altiplanico, se produjo un fenómeno de sincretismo: las tradiciones indígenas no desaparecieron por completo, sino que se adaptaron e integraron elementos católicos, creando una celebración mixta.


Hoy en día, esta festividad sigue manteniendo un carácter híbrido, donde las familias preparan altares con ofrendas para sus difuntos, llamados tantawawas, panes con forma de niño o de adulto que representan a los fallecidos, así como frutas, bebidas y otros alimentos que los difuntos disfrutaban en vida. Las creencias católicas están presentes en la figura de los rezos y las misas en las iglesias, pero el alma indígena de la festividad sigue viva en las ofrendas y la devoción a los ancestros. Este sincretismo es un testimonio de la resistencia cultural y de cómo las comunidades indígenas han preservado sus tradiciones, integrando los elementos que les fueron impuestos pero manteniendo su esencia originaria.


Las crónicas coloniales y registros históricos describen con asombro la importancia que los habitantes originarios de la región daban a estas celebraciones de los muertos. La adaptación de las tradiciones indígenas y la imposición de las creencias cristianas evidencian un proceso de resistencia y adaptación cultural que caracteriza al Día de los Muertos en Bolivia.



Reapropiación cultural y etnificación “andina” en el Día de Muertos en el Cementerio General y Cerro Blanco de Santiago.

Pablo Mardones Charlone / Universidad Arturo Prat, Argentina

Francisca Fernández / Universidad de Santiago de Chile, Chile


En la ciudad de Santiago de Chile, a partir de la década de 1980 comenzó un flujo migratorio aymara desde el altiplano, fundamentalmente de cultores de danza y música, que conformaron las primeras agrupaciones artístico-culturales y organizaciones indígenas —Coordinadora Nacional Indianista (CONACIN), Inti Marka—. Este proceso se intensificó con la masiva salida de población aymara y quechua desde Bolivia y Perú.


Esta dinámica migratoria y organizativa —junto a la realización de una serie de investigaciones sobre la ocupación del Tawantinsuyu (el incanato) en el valle central chileno — posiciona la ciudad de Santiago desde una relación vincular identitaria con los Andes centrales, que la coautora del presente escrito identifica como “etnificación andina”, en que mediante la reapropiación de elementos culturales del mundo rural y urbano aymara-quechua, provenientes del norte de Argentina y Chile, así como de Bolivia y Perú, se han configurado memorias e identidades de resistencia en sujetos, que sin necesariamente autorreconocerse como indígenas se autoafirman como “andinos” por el hecho de habitar en una territorialidad reconocida como tal. En este marco se reivindican prácticas culturales-espirituales como el ayni (reciprocidad), el apthapi (comida comunitaria), la pawa (mesa ceremonial), la ch’alla (bendecir rociando alcohol) y la veneración a la Pachamama,así como la realización de festividades como la Anata (carnaval “andino”), la Chakana (cruz de mayo), el Machaq Mara-Inti Raymi (festividad del sol asociada al año nuevo indígena) y la conmemoración del Día de Muertos, el Wiña y Pacha.


El 1 de noviembre, Día de Todos los Santos en Chile, se ha establecido oficialmente como el día de celebración a los muertos. Específicamente en el Cementerio General de Santiago, en este día feriado miles de personas visitan a sus muertos o también a personajes públicos, o simplemente realizan un paseo por el sector desde un afán más bien turístico . Es en este marco cuando durante el año 2009 algunos ex integrantes de la comunidad de músicos y danzantes Wiñay Katari, e integrantes del colectivo de Danzas Andinas Quillahuaira, decidieron conmemorar la fiesta de difuntos, apodada por las colectividades de entonces como Wiñay Pacha. Así, esta se realizó a través de un circuito festivo al son de los aerófonos de madera tarkas (propios de esta época en los Andes centrales), y se sumó posteriormente la agrupación de danza Sariri.


Ese mismo año, el colectivo Quillahuaira junto al colectivo Tinkus Legua decidieron celebrar la fiesta de difuntos como una forma de desplazar la noche de Halloween, reivindicando prácticas culturales aymaraquechua a partir de su condición mestiza urbana. Con tal fin, se decidió realizar un pasacalle por el barrio Brasil y Yungay, zonas ubicadas en el centro de la capital, la noche del 31 de octubre; se nombró la festividad como Wiñay Pacha. La elección del nombre se fundamenta en una sistematización bibliográfica sobre la muerte en los Andes centrales a partir del trabajo de Fernando Huanacuni Mamani, aymara perteneciente a una agrupación boliviana llamada Comunidad Sariri. Este autor conceptualizó la idea de la muerte como un tiempo y espacio eterno, mediante el cual se genera un reencuentro entre la tierra y el cielo que es festejado.


Nosotros quisimos conmemorar de otra forma la muerte, pero sobre todo dar cuenta de que existían diversas formas de recordar a los muertos, más allá de Halloween. Nos pusimos a investigar y es ahí que una de nuestras compas se encuentra con el concepto de Wiñay Pacha. Entonces decidimos llamar así a la festividad, pero entendiendo que íbamos a recrear una fiesta “andina” pero mestiza y urbana (entrevista).

La festividad de Wiñay Pacha adquiere la dinámica de alferazgo, modalidad en la cual cada año una agrupación artística se hace cargo de su realización. Así, en su respectivo turno fueron alféreces Quillahuaira, Tinkus Legua, Alwe Kusi, Kuyukusi y Santiago Marka. Esta última, en el año 2013, decidió finalizar con la lógica de alferazgo para posicionar más bien la conmemoración mediante la realización de mesas ceremoniales en espacios sagrados, como el cerro Chena, considerado una huaca (sitio sagrado) tanto por danzantes y músicos como por varios investigadores. Con ello inició la diversificación de conmemoraciones en Santiago.


Respecto de la celebración “andina” a los muertos en el Cementerio General, esta se basa en un circuito de visitas a distintas tumbas, comenzando en la entrada principal del cementerio o por el Cementerio Católico que se ubica al frente, por avenida Recoleta. Se realizan dos tipos de visitas: a difuntos danzantes y músicos, y a figuras emblemáticas de la cultura popular chilena, como Violeta Parra, y de la resistencia a la dictadura cívico militar de Pinochet, como Miguel Henríquez y Víctor Jara. El recorrido finaliza en el Memorial de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos, en una de las salidas hacia avenida Recoleta.

La festividad, sin embargo, se inicia unos días antes, con la preparación de las mesas ceremoniales, la música y la danza. Algunos participantes se reúnen a ensayar, a elaborar panes llamados t’antawawas o a comprar los productos que se consumirán.


Quienes participan son mayoritariamente sujetos mestizos urbanos sin vínculos parentales indígenas —en general músicos y danzantes— que se autoidentifican como “andinos”, lo que remite al proceso de etnificación “andina” anteriormente nombrada. También participan, en menor grado, sujetos aymara y mapuche. A pesar de esto, todos los participantes visten prendas indígenas.


En cada tumba, sitio o memorial se realizan mesas ceremoniales que cuentan con diversos productos, algunos propios de los Andes centrales, otros de Santiago. Se interpreta tarka en forma de pasacalle (desplazamiento tocando desde un punto A a uno B). En las mesas o apxätas está presente la hoja de coca, serpentina, alcohol, fruta, t’antawawa, una foto del difunto, wiphala, y en algunas ocasiones chapitas o algún otro objeto particular. La base de la mesa es un aguayo. En cada tumba los familiares o amistades presentan al fallecido, y en caso de ser figuras públicas se realiza una breve reseña de su labor y legado. Luego suenan las tarkas, se ch’alla con cerveza, hojas de coca, mixtura, serpentinas y dulces.


"Uno de los puntos a destacar es el recorrido que realizamos en el cementerio, donde presentamos a nuestros muertos, los cercanos o quienes nos parecen relevantes para nuestra memoria. La gente se nos acerca, nos pregunta sobre lo que estamos realizando. Quizás nos miran con extrañeza pero también hay emoción, se dan cuenta de la ritualidad que acompaña la música de las tarkas" (entrevista a Tania Osses, fundadora de la agrupación de danza andina Tinkus Legua y participa de la Casa de la Cultura en la población La Legua, comuna de San Joaquín).


Otro hito relevante es la visita, alrededor del mediodía, al Patio 29, lugar emblemático en que fueron enterrados cuerpos sin identificar de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos durante la dictadura cívico militar chilena. En este espacio, en el cual se encuentra una serie de cruces, pasa la tarkeada, dirigiéndose luego a una plataforma ubicada al frente, donde al finalizar se lleva a cabo un apthapi sobre una serie de aguayos en que se deposita la comida, bebida y coca a compartir.


Como se señaló anteriormente, el recorrido finaliza con la visita al Memorial de los Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos, donde todos danzan al son de las tarkas, además de lanzar serpentina y en algunas ocasiones petardos. En diversas oportunidades se acercan familiares de personas que aparecen en el memorial expresando gratitud por el acto. En tanto, la celebración de la fiesta de muertos en el Cerro Blanco se asocia al término del sistema de alferazgo del Wiñay Pacha, en que las colectividades se trasladan de sus localidades o viviendas para realizar la festividad. Aunque su relevancia particular constituye la elaboración de un altar permanente con las cenizas de tres difuntos asociados a las organizaciones de Cerro Blanco.


El Cerro Blanco —conocido a través de diversos documentos coloniales como cerro o Apu Huechuraba— se ubica en la comuna de Recoleta, siendo, un lugar de tránsito y vía de comunicación de poblaciones indígenas del valle central chileno. Aquí se encontraron instrumentos líticos y cerámica de los periodos culturales Molle y Aconcagua Salmón, además de ser la puerta de entrada de la ocupación del Tawantinsuyu. Considerando su pasado y su uso actual, la CONACIN, que tuvo su origen en 1991 en la ciudad de Santiago y está compuesta por una veintena de organizaciones sociales, reivindica el espacio como un lugar patrimonial indígena y mestizo que es ocupado hace veinte años con ese fin.


La celebración de muertos se realiza entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, aunque la festividad en sí comienza con los preparativos, sobre todo con la realización de t’antawawas y la ornamentación de la Casa Andina y del Altar de Difuntos, ambos ubicados en la llamada zona 2 del cerro. Lo primero que se realiza es la colocación de los altares en que se ubicarán las ofrendas para los muertos. Algunas mesas son compartidas por varios muertos, otras son individuales. En cada altar se ponen diversos productos, algunos están asociados a los gustos del difunto y otros son característicos de las mesas ceremoniales de los Andes centrales, como hoja de coca, serpentina, alcohol, t’antawawas y velas, entre otros. Las mesas se colocan de manera circular en el patio de la zona 2, con el propósito de que los difuntos interactúen entre sí y con los deudos.

Luego de finalizada la preparación de los altares, comienza la música con la ejecución de tarkeadas y pinkilladas, y de manera particular lakitas, debido a la relevancia que poseen estos conjuntos en el lugar en tanto partícipes de CONACIN. Se visita cada altar, cuando los deudos aprovechan para hablar sobre el difunto, ch’allándose cada mesa.


"De las cosas potentes de la fiesta está el saludo que se realiza a cada difunto, donde familiares o amigos hablan de él. Son los músicos quienes inician esto. Es como si realmente estuviesen ahí, en el mismo Cerro Blanco. Da emoción ver cómo en la ciudad se realizan cosas como estas que me recuerdan a mi querido norte, cuando vamos a visitar a nuestros muertos (entrevista a José “Patara” Segovia, dirigente afro-aymara fundador de la agrupación musical andina Arak Pacha y de la CONACIN, además de ser guardián del Apu Wechuraba, nombre ceremonial con que se conoce a Cerro Blanco, ubicado en la comuna de Recoleta.)"


Luego de eso se da inicio al apthapi, compuesto por una serie de mesas con bebidas y comidas. Pasada la medianoche comienza el consumo de los productos de cada altar, bajo la idea de que a través de los deudos los difuntos comen y celebran. La música y la danza duran hasta el amanecer, cuando se sirve una sopa al finalizar la celebración. Luego de ello algunos participantes se trasladan al Cementerio General para festejar junto a la tarkeada antes citada.


Esta celebración en Santiago de Chile da cuenta de un proceso de andinización y reapropiación simbólica identitaria emprendido desde colectividades autodenominadas de música y danza andina, las cuales, en la mayoría de los casos, no cuentan con miembros indígenas. Lo interesante es que esta festividad se posiciona en el calendario festivo local desde un proceso de etnificación producido por individuos y colectividades mestizas, lo que constituye una forma de generar un vínculo con los muertos a partir de repertorios interpretativos aymara y quechua, además de crear nuevos referentes desde una experiencia urbana.


El festejo de muertos: comunalización/ comunalidad y memoria festiva

La concepción de ser parte de una comunidad remite a una forma histórica que promueve el sentido de un ser-estar juntos, un sentimiento de pertenencia resignificado en el marco de lazos de solidaridad y de identidad compartida entre los miembros de un grupo. A través de este proceso denominado comunalización, los protagonistas reconstruyen una nueva versión de su pasado basada en sus orígenes comunes. Además, a través de diversas formas de comunalización, los muertos, junto a sus respectivos deudos, mantienen sus compromisos comunitarios más allá de la vida y la muerte.


Otro término que hace referencia a la idea de comunidad es el de comunalidad, que corresponde a una forma de nombrar y entender el colectivismo indígena y es un componente estructural de diversos pueblos. Es la lógica con la que funciona la estructura social y la forma en que se define y articula la vida social. A través de la comunalidad los indígenas expresan su voluntad de ser parte de la comunidad, reforzando su sentido de pertenencia a una identidad cultural, como parte real y simbólica. Se puede llegar a ser monolingüe en español, no usar la vestimenta tradicional, dejar de practicar rituales y abandonar la comunidad territorial de origen, pero se mantiene la pertenencia comunitaria.


Quienes han migrado no pueden trabajar cotidianamente en la comunidad, pese a lo cual pueden participan a través de varios mecanismos: adquiriendo cargos políticos, encargando a otros comunarios ciertas tareas o servicios, enviando dinero para las fiestas, entre otras. En síntesis, la comunidad los sigue identificando como sus integrantes.


Es muy importante señalar que la comunalidad no es exclusiva de los pueblos indígenas, se encuentra presente también en numerosas comunidades rurales y urbanas no indígenas que se rigen por la reciprocidad y la participación en cargos, asambleas, trabajos colectivos y, en algunos casos, bajo una territorialidad definida en términos comunales.


Con base en estas concepciones de comunalización/ comunalidad, comprendemos y situamos el Día de los Muertos como una festividad que reconstruye memoria festiva en la cual la formación, la continuidad y el sentido de una colectividad recrean y resignifican su pasado con el objetivo de proyectarse identitariamente, y con ello se da forma a una experiencia histórica. Este proceso implica que la memoria sea concebida como soporte principal de un discurso contrahegemónico, mediante el cual las representaciones del pasado son utilizadas para formar identidades colectivas y alianzas que resultan cruciales en la construcción de la identidad étnica y en la formación de proyectos políticos.


En los Andes centrales las memorias festivas se inscriben en nociones tanto temporales como espaciales. Las festividades como, por ejemplo, la del Día de los Muertos son espacios en los que la memoria enfatiza hechos del pasado que otorgan el carácter de símbolos en las prácticas del presente y son invocados como una forma política de identidad a través de la fijación de trazos de su tradición. Asimismo, en términos espaciales, la memoria produce un transitar entre sitios, lugares sagrados, constituyendo rituales celebratorios anclados en dimensiones físicas, geográficas y, por ende, en relaciones sociales concretas.


El Día de los Muertos, en Santiago, da cuenta de la configuración de identidades, memorias y estéticas de resistencia, a través de la resignificación, la reelaboración y la apropiación de “lo andino” mediante la articulación de lo festivo y lo político. En este quehacer se movilizan memorias históricas que construyen identidades alternativas al discurso monocultural y proponen mecanismos contrahomogeneizantes que reivindican y recrean nuevas territorialidades desde lo conmemorativo y ritual. En la realización de esta festividad, en ambos lados de la cordillera se despliega un conjunto de acciones y repertorios interpretativos, tales como ch’allar, armar mesas ceremoniales y adquirir roles, que reafirman el sentido de pertenencia a una identidad colectiva propia de los Andes centrales y a su vez urbana.

En Santiago, es posible constituirse como “andino” sin necesariamente autoadscribirse indígena desde la resignificación identitaria de una andinización del mestizo urbano a través de la fusión y yuxtaposición de diversos contenidos simbólico-cultural-políticos. 


La fiesta se comunaliza, reproduciéndose la memoria de forma festiva.



Pablo Mardones Charlone / Universidad Arturo Prat, Argentina

Francisca Fernández / Universidad de Santiago de Chile, Chile

*Celebración metropolitana del día de muertos. Comunalización/comunidad, migración, memoria festiva y resistencia en Buenos Aires y Santiago

LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos, vol. XIX, núm. 2, pp. 228-244, 2021

Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas

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